viernes, 26 de septiembre de 2008

problemas de la filosofía moderna en una ciudad mediana sin salida al mar

Hallábame yo, hace algunas semanas, ansioso por el deseo imperante de ver el partido de Boca Juniors, razón por la cual me dirigí a un local de expendio de bebidas y algunas comidas sencillas, de esos que hay muchísimos en todas las ciudades del mundo, incluso aquellas que, como esta, son ciudades posibles de ser consideradas medianas y que no tienen salida al mar. Estos locales son denominados por todos nosotros con la palabra bar.

Apenas me hube sentado, ante una mesa que cuidadosamente había seleccionado, teniendo en cuanta: 1. ángulo de visión, buscando obviamente una ubicación lo mas cercana posible al frente del aparato de televisión, para evitar una visión demasiado sesgada del enfrentamiento deportivo y 2. Distancia, siendo obvio que debería buscar una ubicación no demasiado alejada, para poder percibir los detalles de la acción, pero tampoco demasiado cerca, porque así se pierde la generalidad de las acciones que solo se pueden apreciar con la observación de pantalla completa y también porque, como suele ocurrir en los bares, el telereceptor estaba ubicado en una posición bastante elevada sobre el ángulo de visión normal de una persona sentada, por lo cual resulta evidente que mientras más cerca del aparato nos hallemos sentados, más deberemos inclinar nuestra cabeza hacia atrás, posición que indefectiblemente terminara por provocar dolor, o al menos molestias, en la parte superior de la espalda y en la nuca.

Decía que, una vez ubicado en el lugar apropiado, acercóse a mi una señorita, bastante amable y hasta sensual, para ofrecerme un refrigerio. Antes de efectuar el pedido hice algunas averiguaciones, de las cuales concluí que, teniendo yo veinticinco pesos, la cerveza que iba a poder consumir me resultaría insuficiente, ya que mi muy buen beber me permite ingerir hasta cuatro litros por cada encuentro de este tipo, y en este bar cada cerveza costaba diez pesos. De todos modos, siendo este hábito solo eso, una costumbre, no una necesidad, deseche toda clase de dudas o cuestionamientos y ordené el primer porrón.

EL partido tuvo un ritmo vertiginoso desde el primer momento, lo cual lo hizo muy agradable para ver. La escuadra azul y oro desarrollo un juego formidable, con grandes actuaciones individuales, además habitual firmeza defensiva y su juego colectivo. Este buen juego desató mi algarabía, como la de los demás asistentes a la transmisión. Teniendo en cuenta lo calurosa de la tarde, no me sorprendió nada el encontrarme con la botella vacía cuando solo habían transcurrido treinta y cinco minutos de partido. Tampoco recordé que debía racionalizar la bebida e inmediatamente pedí otra cerveza.

Cuando me trajeron este segundo porrón, lo pagué, aprovechando para pagar también el primero, quedándome tan solo cinco pesos en el bolsillo.

El entretiempo fue momento ideal para que los asistentes entre los que me contaba, demostráramos nuestra alegría y no vanagloriáramos por ser hinchas de un cuadro tan importante, que estaba dando una verdadera demostración de fútbol, ganando el primer tiempo por dos goles, que bien podrían haber sido tres o cuatro, de no haber sido por algunas intervenciones magistrales del portero rival.

Con todo esto, el contenido de mi botella se vio bastante reducido para el comienzo del segundo periodo, y un nuevo gol xeneize hecho por tierra mis deseos de prolongar la duración del líquido elemento. Me encontré entonces, a tan solo diez minutos de iniciado el segundo tiempo, sin nada para tomar.

Cualquiera sabe lo desagradable que puede ser, encontrarse ante el deseo de consumir algo que vale diez pesos y contar solo con cinco. Sin embargo no desespere, y luego de meditar un momento, hallé lo que para mi era una solución justa y racional, que era satisfactoria de mis necesidades y que no provocaba, según mi justa conciencia, daño alguno a otra persona.

Tome entonces la botella por la parte superior, que es mas angosta y más cómoda para agarrar, y me levanté de la mesa, tomando la precaución de dejar sobre la silla un abrigo liviano que había llevado, para evitar que alguno menos afortunado quisiera apropiarse de mi ubicación, que era de las mejores. Fui entonces directamente hasta un kiosco, donde hasta el más bruto sabe que se puede conseguir una cerveza por algo más de tres pesos, y compré ahí, usando el envase del bar.

Cuando regresé a sentarme cómodamente la silla que transitoriamente me pertenecía, la misma señorita que traía los refrigerios se me acercó, esta vez no tan amable.

-no se puede, flaco

-es que no me alcanza, flaca.

-no de puede, flaco

-dale, por favor, si ya te compre dos, además ya no me alcanza para comprar otra

-no se puede, flaco

-Pero si ya he gastado yo veinte pesos consumiendo cerveza en este local, lo cual me otorga derecho a ocupar esta silla hasta el final del partido, e incluso durante varias horas más, tiempo en el que podría quedarme aquí de ser mi deseo, ocupando esta mesa para leer; ya se el diario de hoy que, según veo, son tan amables de ofrecer al público como servicio o gentileza, ya sea un libro o unos apuntes que podría bien yo tener el gusto de traer en mi bolso y, no teniendo yo dinero suficiente para consumir otra cerveza ni el deseo de conseguir cosa otra alguna, podría quedarme todas esas horas en esta silla sin consumir nada. ¿Puede usted, señorita, si es tan amable, explicarme porque se me impide comprar la cerveza en un lugar mas acorde a mis posibilidades económicas y consumirlo en esta mesa, cuyo derecho de ocupación he pagado ya largamente?

-no se puede, flaco

Habiendo usado yo toda la razón de la cual es capaz mi limitada inteligencia, como de toda la elocuencia que mi escasa poética me permite, sin causar efecto alguno en mi alienada interlocutora, inferí que no podría, por mucho que intentara, hacerla cambiar de opinión y habiéndose acercado además un importante urso con remera negra y la leyenda “seguridad” impresa en ella, juzgué prudente abandonar mi intento.

Me levante del lugar que tanto me habían envidiado el resto de los asistentes, que ahora esquivaban mi mirada mientras yo me alejaba con mi cerveza para sentarme en el cordón de la vereda. Obligado a beber del pico, como un bestia, humillado. Permanecí sin embargo, estoico, bebiendo mi cerveza hasta el final de l partido, en el que boca se impuso con un contundente cuatro a cero.

Después devolví el envase al bar y me retire cabizbajo, pateando piedritas, ya que ninguno de mis antes coequipers quiso brindar conmigo o al menos saludarme, al final del match. Había dejado de ser un hincha digno de tan trascendente escuadra.

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