lunes, 27 de octubre de 2008

Rutina

A veces tengo miedo de estar volviéndome loco. Me pasa principalmente en esos días cuando el hambre no me deja comer, el sueño no me deja dormir y el aburrimiento me ata a la cama, obligándome a permanecer acostado mirando al techo.


¿Es cierto acaso que tengo historias para contar?
La verdad es que cuando escribo me salen un montón de palabras enredadas que se amontonan y se mezclan, se deforman y se aplastan.


Al levantarse el sol no ilumina las calles, no entra por el ventilete del baño mientras orina ese pis espeso, humeante y espumoso de las mañanas, ni aún cuando toma el escueto café con galletas. La calle esta vacía y fría mientras va de prisa en busca de la parada, pitando el medio cigarrillo que guardó anoche, antes de acostarse.
Las mismas caras adormecidas de siempre son las que se cruza en el bondi, rostros siempre iguales, personas de carne y hueso como él, que parecen a esta hora trozos de madera, como él. Seres sin alma.
No hay saludos, no hay miradas cómplices ni sonrisas insinuantes, no se escuchan charlas por lo bajo, solo el run run del motor, el monótono repiqueteo de alguna tuerca floja, el chirriar de los frenos.
Solo hay gente que sube y gente que se queda arriba, nadie baja. Cada uno sumergido en sus propias miserias, en sus propias maldiciones. Metidos en sus propios sueños ahogados en un mar de realidades aplastantes.
Objeto de una historia que no le pregunta, no lo interpela, jamás lo escucha. Sólo da órdenes. Hay que levantarse, hay que mear, hay que vestirse y apurar el paso, hay que llegar a horario al trabajo. Hay que trabajar.
La marea humana (¿humana?) atraviesa la ciudad en una mole ambulante destartalada. Siempre el sueño a medio dormir, el estomago a medio llenar, siempre la vida vivida a medias.


PD: vean las fotos de mi nuevo Flickr. Ahí esta en el margen derecho entre mis blogs favoritos y el archivo de este blog.

viernes, 3 de octubre de 2008

Soy Animal

Hoy me desperté con un zumbido en la cabeza al que todavía no he podido dar salida. No es un zumbido constante, varía de intensidad. Baja aveces hasta hacerse casi inaudible, súbitamente su intensidad aumenta hasta aturdirme. Se mueve de izquierda a derecha, y de nuevo a la izquierda, y de atrás hacia adelante, de adelante hacia atras, haciendo cruces o diagonales o dando vueltas circulares. Como un animal salvaje encerrado en mi cabeza, aullando feróz, golpeando su enorme cuerpo peludo contra los barrotes de mi craneo.